Tesoros del agraz
En un domingo del pasado de una época de mi vida en la que el Mediterráneo presidía todos mis momentos, en un día luminoso y soleado de febrero como el de hoy, primero del 2020, planté en mi jardín, a los pies del olivo, una cuidada selección de las hierbas más aromáticas y delicadas del campo. Empecé por el tomillo limonero, de suave aroma cítrico. Luego, la siempre delicada lavanda, con la que más adelante iba a perfumar mis manos antes de cualquier excelso acto de amor. Cerca del tronco del olivo, aún liso, cavé con sumo cuidado un profundo agujero en la tierra húmeda, para depositar en sus entrañas las raíces de una mata de salvia y, como colofón, a una prudente distancia coloqué una pequeña y frágil mata de incienso de carnosas y peludas hojas, cuyo aroma me hizo pensar en la increíble riqueza que estaba empezando a atesorar. Un universo de olores fragantes en un humilde rincón del jardín. Un pequeño y selecto surtido de especias con las que aderezaría las más excelsas ensaladas.
Durante las mañanas siguientes, al levantarme, tomé por costumbre visitar ese tesoro, siempre acompañado de Brego, mi perro, que no se separaba de mi lado, por ver si la noche y sus estrellas había sido propicia a mi jardín de aromas. Se me aparecían lozanas y turgentes. Y mientras escribía esto observaba el día, soleado, mediterráneo. El mar, enfrente, mostraba un azul intenso y los pájaros inundaban de trinos el aire limpio que me envolvía. Mi pequeño rincón del jardín donde desde ese momento vivían mis tesoros vegatales recibía plenamente los amorosos rayos del sol de la mañana. Brego, joven, cachorro, requería mi atención, insistente, para jugar...
Verdaderamente, la felicidad se compone de cosas muy pequeñas. Tan pequeñas que a la mayoría les pasan inadvertidas. Infelices... (Después de terminar de escribir esto, observé a una solitaria abeja libando, una a una, de las flores del romero. La vida, haciendo lo que sabe hacer).
¿Seguirá ahí?