La catarata domesticada
Cuerpos separados que se encuentran
horas que se espesan en la ausencia.
Piel erizada por la promesa sugerida
ropajes que nunca acaban de caer.
Una puerta se entreabre temerosa
en busca del rictus de tus labios,
de la ansiada señal que abra
el paraíso prohibido de mis sueños.
El borroso perfil de tu cuerpo
se dibuja entre agua y vahos;
el ébano claro de tu piel
desliza la espuma que blanca se recorta.
La mano que otras veces me busca
aparta el telón de agua, y tu sonrisa
limpia y blanca, me invita
a sumergirme en el descanso mojado.
Desnudo entro, desnuda me recibes.
Mis manos cobran vida propia.
Buscan rincones intactos en
la lozanía de tu mapa.
La película de agua
que resbala hacia el suelo
tras haber cubierto y lamido
cada una de tus estribaciones.
El aire que te envuelve
apoderándose de aquello que yo
querría más que nada
y que se alza como barrera.
Mi estilete que se afila
respondiendo a los ecos
de la vieja llamada,
que se hace voz en tu caverna.
Labios que se agreden
buscando apaciguar esta lucha,
lenguas que se enroscan
sobre lenguas que se buscan.
Ansias nunca apaciguadas,
movimientos sabios siempre nuevos,
ímpetus que chocan en tus ímpetus,
llamas que arden bajo el agua.
Coreografía de amor vertical
bajo la catarata domesticada,
giros de cuerpos centrípetos
centrifugando un amor animal.
Me ofreces la extensión vasta de tu espalda
allí donde puedo perderme,
y quiero ser el agua misma
y escurrirme por entre el desfiladero.
Espalda que recorren ojos y manos
y boca y lengua y piel y sueños.
Punto de fuga y de encuentro
punto de cielo y mi infierno.
La luna partida de tus nalgas,
la llena redondez de mi destino,
inmediato y cierto, como la dureza de mi sangre
que llena el arrebato.
Arco formado por piernas que se abren.
Termópilas hollada con torpeza.
Injerto de mi piel en tus adentros,
calor de llama que me quema.
Vaivén en la locura que me embarga,
surtidores de agua repentinos,
sonidos de charcos violentados,
pulsiones de golpes tan divinos.